Por Patricio Navia
El terremoto no cambia los cimientos del escenario de sucesión, pero sí apura los tiempos. Además de no tener luna de miel, el gobierno de Piñera pondrá rápidamente a prueba a sus ministros.
Entre todas las prioridades que requieren la atención de un nuevo presidente, la identidad del próximo candidato presidencial de su coalición comprensiblemente ocupa un lugar secundario. Hay promesas que cumplir, problemas que enfrentar y sorpresas de la política cotidiana que inevitablemente hacen perder de vista el largo plazo. 
Después del terremoto, la preocupación por la sucesión presidencial incluso parece una irresponsabilidad. Pero aunque cobre importancia pública cuando se acerque el fin del cuatrienio, su capacidad de influir en los nombres de quienes parten como favoritos para convertirse en presidenciables puede ser la mejor zanahoria y el palo más efectivo del presidente entrante para ordenar y disciplinar a los partidos de su coalición.
Nunca en todo su gobierno el presidente ejerce tanto poder como cuando nombra a su primer gabinete. Allí puede premiar y castigar a voluntad. Cuando deja nombres fuera, daña las carreras políticas de los marginados. En cambio, los incorporados quedan en deuda con el presidente que les dio la oportunidad para avanzar sus aspiraciones. Por eso, aunque la principal prioridad al nombrar el primer gabinete sea optimizar el éxito del gobierno, el flamante presidente no puede olvidar que al seleccionar nombres está dando inicio a la siguiente carrera presidencial en su coalición. Los futuros cambios de gabinete no ocurrirán a voluntad del mandatario. Los errores de sus ministros, la coyuntura política y el interminable ajedrez con la oposición influirán en cuándo se produzca el primer ajuste y en quiénes entren y salgan. 
En los sistemas presidenciales donde el poder se concentra en forma excesiva en el ejecutivo −como en Chile o en México durante los gobiernos del PRI− el nombramiento del primer gabinete constituye una sinopsis muy confiable sobre las fortalezas y debilidades del nuevo gobierno. Piñera demostró que privilegiará la gestión y eficiencia, pero también permitió ver que su gobierno cojeará en la relación con los partidos. El punto ciego de su gobierno estará en su confusión entre diversidad e independencia partidista. Si los logros se verán en modernización del Estado, los errores serán esencialmente políticos.
Entre esos errores políticos, podemos contar la ausencia de figuras presidenciables que recojan la visión de una derecha moderna, liberal y orientada a generar crecimiento y empleo. Entre sus 22 ministros, Piñera sólo incorporó tres personas que han sido candidatos a cargos de elección popular. Dos de ellos, Lavín y Ravinet, son aspirantes presidenciales frustrados. Como ese virus siempre permanece latente, en Educación y Defensa primarán las consideraciones políticas. Posiblemente sus desempeños sean menos riesgosos, pero también los dos ex alcaldes de Santiago cometerán menos errores no forzados. Aunque a sus 63 años pudiera estar pasado de edad, Ravinet también tiene poco que perder. Si el fin de su carrera está cerca, bien vale la pena un último intento. Lamentablemente para Piñera, la visión de mundo de Ravinet se acerca más a la Concertación que a la nueva derecha del nuevo presidente.
Joaquín Lavín es una carta presidencial notable. Si vuelve a posicionarse como candidato, se lo deberá a Piñera. Aunque algunos creen que Piñera lo nombró a un cargo del que es imposible salir bien, Lavín es mucho más feliz como ministro que como derrotado candidato al senado. Pero ya que es presidenciable UDI, el titular de educación será flanco favorito de los que buscan limitar a 4 años el control derechista de La Moneda.
Por el poder que ostenta, el ministro del Interior siempre pudiera albergar aspiraciones presidenciales. Pero en la trinchera la posibilidad de tropezar es altísima. Una buena forma de debilitar a Piñera es haciendo caer a Rodrigo Hinzpeter. Por otro lado, Interior nunca ha sido buen trampolín para La Moneda. El caso de Insulza fue una excepción en tanto su poder creció con el arresto de Pinochet. Así y todo, pese al enorme poder que concentró, Insulza fue incapaz de contrarrestar la popularidad de Bachelet. Su poca experiencia en política le da frescura a Hinzpeter ante la opinión pública, pero Interior es un ministerio donde la experiencia es vital para sobrevivir.
Aunque siempre albergan aspiraciones presidenciales, los titulares de Hacienda cuidan la billetera mientras otros ministros se apropian de los beneficios del gasto. Andrés Velasco lideró un aumento importante del gasto, después de recibir los tres primeros años duras críticas por ser, citando a Bachelet, “mano de guagua.” Ocurrida la descoordinación con el titular de Economía Juan Fontaine, Felipe Larraín parte como el titular de Hacienda más débil desde el retorno de la democracia.
Los ministros sectoriales siempre son potenciales presidenciables. A diferencia de su predecesor Ricardo Lagos, que la hizo presidenciable al nombrarla en Salud, Bachelet evitó que sus ministros le hicieran sombra. Siguiendo ese ejemplo, Piñera pareció preocuparse más de las habilidades técnicas de sus ministros que de sus posibles condiciones −y ganas− para ser presidenciables. Con la excepción de Lavín en educación y Jaime Mañalich en Salud −que ya ha mostrado una notable habilidad política− los ministros sectoriales de Piñera parecen manejarse mejor en las aguas de las políticas públicas que de la política.
El titular de Mideplan, Felipe Kast, es un candidato atractivo para saltar a un ministerio más visible en el primer ajuste de gabinete. Con una historia personal fascinante y una habilidad innata para hacer política, Kast perfila para sorpresa. Si bien su pertenencia a la elite pudiera jugar malas pasadas con la Señora Juanita, la experiencia que adquirirá en Mideplan lo preparará para las ligas mayores en el primer cambio de gabinete.
De tenerlas, el resto de los ministros tropezarán en sus aspiraciones políticas por la falta de experiencia y por el generalizado sentimiento de que la política es una pérdida de tiempo. En vez de imitar a Mahoma e ir a la montaña, querrán que la montaña de la política baje al valle de la administración. Esa actitud frustrará sus aspiraciones presidenciales, pero también dañará el desempeño del gobierno.
A diferencia de gobiernos anteriores, Piñera tendrá un gabinete de reemplazo. Aunque lamentablemente para Piñera, el líder de ese gabinete en la banca es su principal adversario político, el senador Pablo Longueira. Al dejar sin ministerio al más carismático de los dirigentes de la UDI, Piñera tácitamente reconoció el poder de Longueira. Es más, entró en su juego. Si el gabinete tropieza, la presión para realizar un cambio incluirá el nombre de Longueira. Aunque Andrés Allamand también parece haberse sumado a esa estrategia de reemplazo, la sombra de Longueira perseguirá a este gabinete donde sobran habilidades técnicas pero escasea la experiencia política. Desafortunadamente para Piñera, su gobierno deberá navegar complejas aguas políticas antes de que pueda implementar sus reformas técnicas.
El terremoto no cambia los cimientos del escenario de sucesión, pero sí apura los tiempos. Además de no tener luna de miel, el gobierno de Piñera pondrá rápidamente a prueba a sus ministros. Pronto se verá quién tiene aptitudes y habilidades para convertirse en figura presidenciable.
Al mover sus primeras piezas con el nombramiento del gabinete −antes de que el terremoto apurara el inicio de su gobierno− Piñera demostró poca preocupación por la sucesión presidencial. Al incorporar tan pocos delfines a su gabinete, el presidente ha renunciado a una poderosa arma de disuasión para lograr disciplina y unidad en su coalición. Peor aún, al dejar intencionalmente fuera al más presidenciable de los líderes UDI, Piñera dejó escapar la oportunidad de usar la sucesión presidencial como una herramienta que contribuya al éxito de su propio gobierno.
Fuente: Poder360 Magazine
En los sistemas presidenciales donde el poder se concentra en forma excesiva en el ejecutivo −como en Chile o en México durante los gobiernos del PRI− el nombramiento del primer gabinete constituye una sinopsis muy confiable sobre las fortalezas y debilidades del nuevo gobierno. Piñera demostró que privilegiará la gestión y eficiencia, pero también permitió ver que su gobierno cojeará en la relación con los partidos. El punto ciego de su gobierno estará en su confusión entre diversidad e independencia partidista. Si los logros se verán en modernización del Estado, los errores serán esencialmente políticos.
Entre esos errores políticos, podemos contar la ausencia de figuras presidenciables que recojan la visión de una derecha moderna, liberal y orientada a generar crecimiento y empleo. Entre sus 22 ministros, Piñera sólo incorporó tres personas que han sido candidatos a cargos de elección popular. Dos de ellos, Lavín y Ravinet, son aspirantes presidenciales frustrados. Como ese virus siempre permanece latente, en Educación y Defensa primarán las consideraciones políticas. Posiblemente sus desempeños sean menos riesgosos, pero también los dos ex alcaldes de Santiago cometerán menos errores no forzados. Aunque a sus 63 años pudiera estar pasado de edad, Ravinet también tiene poco que perder. Si el fin de su carrera está cerca, bien vale la pena un último intento. Lamentablemente para Piñera, la visión de mundo de Ravinet se acerca más a la Concertación que a la nueva derecha del nuevo presidente.
Joaquín Lavín es una carta presidencial notable. Si vuelve a posicionarse como candidato, se lo deberá a Piñera. Aunque algunos creen que Piñera lo nombró a un cargo del que es imposible salir bien, Lavín es mucho más feliz como ministro que como derrotado candidato al senado. Pero ya que es presidenciable UDI, el titular de educación será flanco favorito de los que buscan limitar a 4 años el control derechista de La Moneda.
Por el poder que ostenta, el ministro del Interior siempre pudiera albergar aspiraciones presidenciales. Pero en la trinchera la posibilidad de tropezar es altísima. Una buena forma de debilitar a Piñera es haciendo caer a Rodrigo Hinzpeter. Por otro lado, Interior nunca ha sido buen trampolín para La Moneda. El caso de Insulza fue una excepción en tanto su poder creció con el arresto de Pinochet. Así y todo, pese al enorme poder que concentró, Insulza fue incapaz de contrarrestar la popularidad de Bachelet. Su poca experiencia en política le da frescura a Hinzpeter ante la opinión pública, pero Interior es un ministerio donde la experiencia es vital para sobrevivir.
Aunque siempre albergan aspiraciones presidenciales, los titulares de Hacienda cuidan la billetera mientras otros ministros se apropian de los beneficios del gasto. Andrés Velasco lideró un aumento importante del gasto, después de recibir los tres primeros años duras críticas por ser, citando a Bachelet, “mano de guagua.” Ocurrida la descoordinación con el titular de Economía Juan Fontaine, Felipe Larraín parte como el titular de Hacienda más débil desde el retorno de la democracia.
Los ministros sectoriales siempre son potenciales presidenciables. A diferencia de su predecesor Ricardo Lagos, que la hizo presidenciable al nombrarla en Salud, Bachelet evitó que sus ministros le hicieran sombra. Siguiendo ese ejemplo, Piñera pareció preocuparse más de las habilidades técnicas de sus ministros que de sus posibles condiciones −y ganas− para ser presidenciables. Con la excepción de Lavín en educación y Jaime Mañalich en Salud −que ya ha mostrado una notable habilidad política− los ministros sectoriales de Piñera parecen manejarse mejor en las aguas de las políticas públicas que de la política.
El titular de Mideplan, Felipe Kast, es un candidato atractivo para saltar a un ministerio más visible en el primer ajuste de gabinete. Con una historia personal fascinante y una habilidad innata para hacer política, Kast perfila para sorpresa. Si bien su pertenencia a la elite pudiera jugar malas pasadas con la Señora Juanita, la experiencia que adquirirá en Mideplan lo preparará para las ligas mayores en el primer cambio de gabinete.
De tenerlas, el resto de los ministros tropezarán en sus aspiraciones políticas por la falta de experiencia y por el generalizado sentimiento de que la política es una pérdida de tiempo. En vez de imitar a Mahoma e ir a la montaña, querrán que la montaña de la política baje al valle de la administración. Esa actitud frustrará sus aspiraciones presidenciales, pero también dañará el desempeño del gobierno.
A diferencia de gobiernos anteriores, Piñera tendrá un gabinete de reemplazo. Aunque lamentablemente para Piñera, el líder de ese gabinete en la banca es su principal adversario político, el senador Pablo Longueira. Al dejar sin ministerio al más carismático de los dirigentes de la UDI, Piñera tácitamente reconoció el poder de Longueira. Es más, entró en su juego. Si el gabinete tropieza, la presión para realizar un cambio incluirá el nombre de Longueira. Aunque Andrés Allamand también parece haberse sumado a esa estrategia de reemplazo, la sombra de Longueira perseguirá a este gabinete donde sobran habilidades técnicas pero escasea la experiencia política. Desafortunadamente para Piñera, su gobierno deberá navegar complejas aguas políticas antes de que pueda implementar sus reformas técnicas.
El terremoto no cambia los cimientos del escenario de sucesión, pero sí apura los tiempos. Además de no tener luna de miel, el gobierno de Piñera pondrá rápidamente a prueba a sus ministros. Pronto se verá quién tiene aptitudes y habilidades para convertirse en figura presidenciable.
Al mover sus primeras piezas con el nombramiento del gabinete −antes de que el terremoto apurara el inicio de su gobierno− Piñera demostró poca preocupación por la sucesión presidencial. Al incorporar tan pocos delfines a su gabinete, el presidente ha renunciado a una poderosa arma de disuasión para lograr disciplina y unidad en su coalición. Peor aún, al dejar intencionalmente fuera al más presidenciable de los líderes UDI, Piñera dejó escapar la oportunidad de usar la sucesión presidencial como una herramienta que contribuya al éxito de su propio gobierno.
Fuente: Poder360 Magazine

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